Wiki Martyres

Causa de la madre Fidela (María Oller Angelats) y sus dos compañeras (hermana) Josefa Monrabal Montaner y Catalina Margenta Roura (madre Facunda), religiosas profesas de San José de Girona (Causas. Beatificaciones)

El 23 de enero de 2015, el papa Francisco promulgó el decreto que reconoce sus muertes como martirio.

Beatificadas en Gerona el 5 de septiembre de 2015.

Asesinadas el 30 de agosto de 1936 en Xeresa (Valencia):

MARIA DOLORS OLLER ANGELATS (FIDELA), nacida el 17 de septiembre de 1869 en Banyolas, Girona.

JOSEFA MONRABAL MONTANER, nacida el 3 de julio de 1901 en Gandía, Valencia.

Catalina MARGENAT ROURA (FACUNDA), nacida el 6 de septiembre de 1876 en Girona.

"Quisiera dar la vida para que se conviertan estos asesinos"

La hermana Facunda fue la primera en morir, en la madrugada del 27 de agosto de 1936. Según esta biografía extensa, cuando arreciaba la persecución comentó a sus compañeras: "¡quisiera dar la vida para que se conviertan estos asesinos que van contra Dios y la Iglesia! Hermanas, recemos por su conversión".

Al producirse el asalto de su convento, se encontraba atendiendo a un enfermo, en cuya casa quedó refugiada, hasta que la portera la denunció y vinieron para llevársela. Al salir, se despidió amablemente de la portera. Se la llevaron hacia el hipódromo de Can Tunis (desaparecido al crearse la zona franca del puerto de Barcelona en la posguerra), matándola en la carretera; de allí la llevaron al Hospital clínico, donde la portera se molestó en visitar el cadáver varias veces, antes de que fuera arrojado a la fosa común del cementerio de Montjuïc.

Lugar donde estaba el hipódromo:

            "Donde va la madre voy yo también, yo no la abandono"

            Las otras dos religiosas -la madre Fidela y la hermana Josefa- fueron asesinadas juntas el 30 de agosto por milicianos de Gandía, que se las llevaron hacia Valencia, matándolas en Xeresa. Al estallar la guerra, la madre Fidela había sido protegida por un jefe de milicianos, agradecido porque había cuidado a su madre, pero pronto se hizo peligroso el refugio y se fue con otra familia. Al llegar expulsada de Villareal la hermana Josefa, insistió a la madre en que se fuera con ella a una casa de unos familiares suyos que había quedado vacía. La madre lo hizo por complacerla, pero allí fueron a buscarla los milicianos a los tres días. El hombre de la familia que las protegía -José María Aparisi- se negó a abrir y a reconocer que había monjas, motivo por el cual el jefe de los milicianos se lo llevó para matarlo; otro miliciano lo salvó in extremis, como se ve en el relato de la biografía de la madre Fidela (donde hay foto también del coche que usaba para los asesinatos, apodado "La Pepa", y que llevaba una cruz roja sobre fondo blanco en las puertas y sobre el techo.

            La biografía de la hermana Josefa consigna que ya estallada la guerra, aunque procuraba refugiarse, también decía: “¡Cuánto me gustaría ser mártir, ofrecer mi vida por la conversión de los pecadores y la salvación de España, si es voluntad de Dios!”.

            Relato de la biografía de la madre Fidela:

Se presentaron unos milicianos armados que bajaron de un coche llamado “La Pepa”. Entre ellos estaba un tal “Pancho Villa”, otro llamado “El Reyet”, que era vecino del mismo barrio, y una miliciana que llevaba dos pistolas al cinto. El tal “Reyet”, llamado Pepe P G, vecino de la calle Yeserías, dirigiéndose a José María, le dijo:    -“José María, ábrenos la puerta de la escalera que venimos a por las monjas”. Él les dijo que no sabía nada de monjas, que allí no vivía nadie; que los dueños se habían ido a la playa de Rifalcaid. Entonces uno de ellos dijo:    -“Aquí están las monjas y vosotros tenéis la llave”. Insistieron dos o tres veces. Amenazaron en que si no les abría, forzarían la puerta. Y así lo hicieron. Forzaron la puerta, entraron en casa y subieron al primer piso. Allí estaban refugiadas la madre Fidela Oller Angelats y la hermana Josefa Monrabal Montaner. Cuando ellas oyeron que subían los milicianos, les abrieron la puerta. Les dijeron que iban a hacer un registro y al cabo de un rato bajaron con las dos hermanas detenidas. El “Pacho Villa” le dijo al Sr. José Mª:     -Con que no había monjas, ¿eh? Tú, al coche también. Pero el “Reyet”, que conocía a José María porque era de allí y vivía en la calle siguiente, le dijo:    -“Oye, que ese es un ignorante labrador, que éste me creo que no sabría nada de que eran monjas”. Y le dejaron. Delante de la familia, subieron al coche a la madre Fidela con tan malos modos y tanta violencia que le rompieron un brazo.  

Coche “la Pepa” Ellos sólo querían llevarse a la madre superiora, pero la hermana Josefa no quiso separarse de ella, a pesar de ser advertida de que no lo hiciera porque correría la misma suerte. La hermana Josefa les respondió:    -“Donde va la madre, voy yo también, yo no la abandono”. Luego la hermana Josefa le dijo a “El Reyet”, que era vecino:    -“Déjame ir a despedirme de mi madre”. Y él le respondió:    -“Dentro de cinco minutos ya estaréis aquí”. La hermana Josefa había cerrado la puerta del piso y dijo a la mujer:    -“Dolores, tenga usted la llave”. El tal “Pancho Villa” dirigiéndose otra vez al José María, muy duramente le dijo:    -“¡Éste sabe demasiado! Tú, por encubridor, al coche también”. Los vecinos estaban conversando en la calle. Al ver llegar el coche llamado “La Pepa”, les entró pánico y corrieron a esconderse aterrados, todos juntos dentro de la misma casa porque pensaban que venían a buscar a alguno de ellos, y espiando a través de la persiana, veían lo que estaba pasando en la calle. Una vecina, creyendo que iban a buscar a su marido, quiso salir, pero el hijo del dueño de la casa se lo impidió. Al cabo de poco rato bajaron los milicianos con las hermanas, y el vecino que estaba mirando, le dijo: “Se llevan a las monjas y al senor Aparisi”. Y se llevaron a la madre Fidela, a la hermana Josefa y a José María Aparisi por la carretera en dirección a Valencia. Por el camino el “Reyet” le dijo a “Pancho Villa” y a los demás milicianos:    -“¡Vamos!, dejad que baje José María, que éste es un ignorante, un hombre del campo, y no sabe nada de todo esto”. Y así lo hicieron. Al llegar a la zona del castillo de Bairén pararon el coche e hicieron bajar a José María. El “Reyet” bajó con él y le dijo en voz baja:    -“Márchate corriendo por medio del campo, no vayas por la carretera que si éste te ve, te matará”. El coche con las religiosas continuó hacia Valencia. José María, muerto de miedo por lo que estaba viendo y sospechaba, sofocado y cansado, llegó a casa y contó todo lo ocurrido a su esposa. También dijo que las dos monjas iban apenadas, pero serenas y silenciosas. Este señor lo pasó muy mal del susto y de pensar que dejaba a la mujer y al hijo. Según éste, a su padre le quedó una dolencia de estómago que le duró toda su vida. Los vecinos quedaron consternados sin saber cómo reaccionar esperando que las religiosas volvieran al piso, como habían oído decir al “Reyet”:    -“Dentro de cinco minutos ya estaréis aquí”. Pero pasaba el tiempo y pasó la noche y las religiosas no regresaron, los vecinos no salieron de la casa por miedo. Sor Josefina Navarro, que entonces era una niña y vivía en el piso superior al de las Hermanas, también vio la escena desde la ventana de su casa y como se los llevaron, pero hasta el día siguiente no supieron ni ella ni los vecinos, lo que había pasado ni lo qué habían hecho con las dos religiosas.

=====
CAMINO DEL MARTIRIO ===== El coche de los milicianos, que había seguido por la carretera en dirección a Valencia, al llegar al cruce con el camino de Xeresa, en el lugar llamado de la Crehueta, entró unos metros, paró y las hicieron bajar. En aquel mismo lugar las mataron. A la madre Fidela le dieron un disparo en la espalda y otro en la sien derecha y a la hermana Josefa le dieron un disparo en el lado izquierdo del cuello y otro en la región lumbar, provocándole una fuerte hemorragia. Ambas cayeron juntas y allí permanecieron hasta el día siguiente.
Los vecinos de los alrededores oyeron los disparos en la noche calurosa del mes de agosto. Algunos aseguraban que habían oído voces, insultos, disparos y quejidos de dolor y poco tiempo después, nada, silencio absoluto.
Según los vecinos de Xeresa, aquel mismo día habían ido los milicianos a hablar con los de la barricada, que si oían tiros, es que iban a matar monjas de Gandía, y por la noche, después de realizada la fechoría, fueron a comunicarles que ya estaban muertas, que eran dos monjas de las Veladoras de Gandía (Religiosas de S. José). Los vecinos escucharon esto desde el patio de su casa aterrorizados, porque, como católicos que eran, también eran objetivo de los milicianos, que ya habían cometido otros crímenes en el mismo pueblo, de personas de allí y de Gandía.
Aparecieron junto al camino los cadáveres de dos mujeres que, según dijeron las gentes del pueblo, eran dos monjas. Una señora llamada Matilde Cardona, que vivía en la primera casa del pueblo, oyó los disparos y al día siguiente mandó a sus hijas Julia y Vicenta a ver qué había pasado, por si era una prima suya, religiosa de Gandía, que estaban esperando para refugiarla en su casa.
Su hija Vicenta Fluxá lo cuenta así: “Yo tenía 11 años cuando empezó la guerra. La casa de mis padres estaba situada a la entrada de Xeresa; era la primera casa del pueblo viniendo de Gandía por el camino viejo, llamado también “camino de la Crehueta”.
Un día a las ocho de la mañana, me acuerdo que era domingo, o fiesta de misa, pero no había por la guerra, mi madre nos dijo: “Ir a ver qué pasó allí abajo. Esta noche dicen que han fusilado a dos monjas, a ver si una es la tía”. Nos dijo que fuésemos al lugar donde estaban los dos cadáveres y comprobásemos si alguno de ellos era el de la tía monja. Allá nos fuimos mi hermana y yo, tan decididas con otra amiga nuestra. Serían las ocho de la mañana. Antes de llegar a la carretera general, a un lado del camino yo vi los dos cadáveres. Uno estaba boca abajo, era la que tenía mayor edad; y el otro, un poco de lado, era la más joven. Los dos estaban juntos y muy decentes, pero no llevaban hábitos. Mi hermana y yo nos acercamos para comprobar si alguno de esos dos cuerpos era el de nuestra tía, pero no lo era.
Los dos cadáveres estaban en medio de un charco de sangre y se les apreciaban las heridas producidas por arma de fuego. De los dos cuerpos, el de la más gruesa tenía una herida muy grande en la cadera y mucha sangre al lado, y la otra tenía una herida en la cabeza.
Junto a los cadáveres había otras personas mirándolos, había hombres y algunas mujeres. Recuerdo que otra mujer empezó a gritar insultándolas, diciendo: “Mira estes goses encara están ahí chitaes y dormin” (Mira esas perras todavía están ahí acostadas y durmiendo). Al mismo tiempo que decía esto, les daba puntapiés mientras se secaba la cara.           

            Número de protocolo de la Congregación para las Causas de los Santos: 2410 [causa de su fundadora, 1884: María Gay Tibau]. Transferencia del foro competente, 18 de mayo de 2001 de Barcelona. Nihil obstat 26 de mayo de 2001. Apertura del proceso diocesano 24 de noviembre de 2001, clausura el 11 de enero de 2003. Decreto de validez del proceso diocesano, 28 de marzo de 2003; envío de la positio a la CCS en 2004, decreto de martirio 23 de enero de 2015. Postulador: Teresa Fernández Mielgo, rsjg. Peticioinario: Religiosas de San José de Girona, Av. de la Moncloa, 7, 28003, Madrid. Religiosas de San José de Girona, C/ Padre Gomar, 12, 46700 Gandía (Valencia).

            Bibliografía:

            Felícitas Villares Fernández: Testimonios de fe y caridad, Gerona : Religiosas de San José, 2000, 191 páginas.

            Postulación General: Ofrecieron su vida a Cristo. Rasgos biográficos de nuestras Hermanas Mártires: Fidela Oller, Facunda Margenat y Josefa Monrabal.

(Volver a Causas. Beatificaciones.)